lunes, 6 de octubre de 2008

La escalera


Un hombre se enamora de una escalera, compleja intrincada e inexpugnable escalera.
Declárale su amor una noche cualquiera y... la escalera ahí: muda... inmutable.
Ofrécele entonces su vida entera, renuncia a ser hombre, quiere ser casa que la contenga, o barandal que la rodee o columna que la sostenga.
Una voz tenue, como crujido de madera que pisa un ratón (o un fantasma), le susurra "sube".
El Hombre extasiado pisa el primer peldaño, la escalera cruje nuevamente en un gemido atemporal, el Hombre levanta su otro pié del piso y lo lleva hasta el segundo peldaño, al posarlo descubre con terror y éxtasis que su vida depende ahora de su amor por la escalera pues es ella quien lo sostiene.
Ya está en el undécimo peldaño cuando su angustia crece y lo devora.
Ella (su angustia), siempre lo amó visceralmente y una escalera no es quien para interponerse en ese romance tormentoso que tiene todo hombre con su angustia.
En su agonía, feliz de morir junto a su amado y de imaginar como la maldita escalera tendría que soportar la ausencia de este per seculum seculorum y revivir en su memoria la terrible escena en la que es devorado, descubre que a matado a su padre para vengarse de su madre.

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