lunes, 24 de agosto de 2009

El cazador Inglés

Un célebre cazador Ingles, seguro de su infalibilidad,(pero Alá es el más grande) menospreciaba soberbiamente a todas sus presas; ninguna, decía él, había significado siquiera la posibilidad de un reto.
La sabiduría popular (hombres buenos al fin, temerosos de Dios) advertía su insolencia y le recordaba como aún él podía ser víctima de las circunstancias una tarde cualquiera.
El hombre se mofaba y atribuía estas advertencias a la ignorancia de sus contemporáneos. "No ha nacido el animal que convierta al cazador en presa", sus habilidades oratorias no eran excepcionales y solía recurrir a ese tipo de expresiones.
Un buen día un rumor de los que nadie sabe donde empieza se apoderó de todas las bocas en la aldea, "un gran tigre ha sido visto, su piel es más dura que una coraza, se mueve más rápido que el batir de un colibrí, su rugido tiene la fuerza del monzón, y sus garras son como cimitarras del mejor acero".
El cazador reía y afirmaba que tal disparate habría sido inventado por sus enemigos para asustarle, pero, que aún si fuese cierto, una bala certera de su rifle bastaría para convertir al increíble animal en una linda alfombra.
Poco tiempo después un regimiento del ejercito imperial fue encontrado en la selva, (o mejor lo que quedaba de el) 135 hombres armados con cimitarras y mosquetes fueron terriblemente masacrados por lo que parecía ser una manada de fieras, muchos de ellos divididos por la mitad aparentemente por un solo rasguño, algunos decapitados de un mordisco, una decena de mosquetes convertidos en un revoltijo informe de metal y madera como si hubiesen sido masticados por las mandíbulas de un dios.
Naturalmente la leyenda del Tigre creció como el Ganges en temporada de monzón. Era el tiempo de recurrir a nuestro soberbio cazador.
-La bala de la que presumes, esa! y no otra necesitamos-
-Mata a esa bestia, oh! gran cazador o vive con vergüenza el resto de tus días-
Las gentes asustadas lo imprecaban o le imploraban pidiendo la muerte del Tigre.
El cazador intuyó la ligera ventaja que tendría sobre él una bestia de las características legendarias de este animal, y asumió que todo era una treta de algún banquero ingles (banquero e ingles porque sabía que solo de esta casta podrían salir sus enemigos) que querría verlo huir abandonando su fama y su gloria ante una misión imposible.
Decidió internarse en el bosque un par de semanas para desentrañar el formidable asunto. Cazó un par de elefantes pues era adicto a la carne de las plantas de sus patas y luego una enorme pitón con la que hizo un confortable chinchorro. Por último se acostó a esperar, maquinando quien sería su enemigo oculto y cual sería su plan.
Sus invenciones lo fascinaban sobremanera, imaginaba toda suerte de sociedades secretas de banqueros ingleses, conformadas con el único fin de desprestigiarlo, poderes inmensos de la piratería fiduciaria enfocando el 100 % de sus energías y recursos en planes en su contra que obviamente sabría sortear de la más aristocrática manera; fabricas inmensas que día a día perfeccionaban monstruos gigantescos programados para asesinarle; monstruos que él hacía caer uno a uno con un certero disparo.
Cayó al fin rendido por el sueño, debido más al exceso de oníricos disparates que al cansancio físico.
Un leve cosquilleo en su pierna izquierda lo despertó, pero no lo sacó de sus cavilaciones, seguía ensimismado imaginando a gordos burgueses rompiendo sus escritorios por la ira que les producía su infalibilidad, el cosquilleo, que había empezado en su tobillo iba ya por la rodilla, pero se encargaría de eso después, este era tiempo de reflexionar, ejércitos de obreros trabajaban doble jornada para construir maquinas cada vez más poderosas cargadas de ponzoñas infernales, un leve escozor en el muslo, la banca inglesa al borde de la quiebra por sus titánicos esfuerzos financieros, ahora el cosquilleo cercano a un dolor leve en su pierna derecha, la corona declarándole héroe nacional con el fin de evitar mayores descalabros, sus dos piernas con esa extraña sensación de ausencia, revolución! era tanto el odio que le tenía la banca que intenta derrocar a la monarquía por su intento de protegerle, su cadera extrañamente presente mientras sentía que desaparecía, toda Inglaterra dominada por la nefasta banca dirigía inútilmente sus esfuerzos en su contra, su estómago ahora repentinamente satisfecho, su batalla final en nombre de dios y del rey, su pecho, nuevo límite de su sensibilidad física, la restitución de la monarquía gracias a su sola pericia y a su rifle, no siente nada bajo el cuello excepto tal vez un ligero olor a reptil, el rey le cede la corona y el la rechaza cortésmente pues es leal vasallo y solo ambiciona la tranquilidad de la jungla, un cocodrilo de increíbles proporciones lo ha devorado hasta la quijada, UN GIGANTESCO COCODRILO LO HA DEVORADO!!!.
Nada se supo del tigre legendario, tras la desaparición del cazador nadie se atrevió a internarse en la jungla, un par de legiones del ejército fueron destrozadas como la primera y luego no hubo más ataques. El cazador nunca pudo ver a la terrible criatura creada con el único fin de destruirle, quien sabe, tal vez era una máquina infernal creada en alguna fábrica inglesa con el patrocinio de la banca.
El cocodrilo escupió perezosamente el sombrero y las botas de cuero y se alejó hacia el río, murió de indigestión pocas horas después. Nadie digiere un orgullo tan enorme, un orgullo anestesiante, imaginativo, onírico, hermoso de cierta forma, pero imposible de tragar entero sin riesgo de muerte.

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