Voy a tratar de articular un texto sobre un fracaso, es decir, quiero documentar, argumentar, seguir un hilo lógico, exponer una tesis y finalmente desmentirla; todo alrededor de este último fracaso (muchos párrafos más abajo me doy cuenta que en realidad lo único que voy logrando es seguir un hilo narrativo más o menos coherente).
Organizar un texto es una cosa que generalmente ha estado muy por encima de mis capacidades, yo deliro maravillas y escribo porquerías, pero, gracias al temor que me produce el hecho de que este modus operandi se está tomando todos los otros aspectos de mi vida, y basado en la autocomplacencia que me produce pensar que todo es culpa de mi pereza voy a tratar de escribir con coherencia y con un objetivo.
Como se dijo (espero claramente) en la primera línea, voy a tratar de articular un texto sobre un fracaso.
La historia empieza hace más o menos 27 años, 1 día, 10 horas y 28 minutos. Pero remontarnos hasta ese momento además de infructuoso sería un poco tedioso. Podría entonces empezar a mis 12 años en otra fecha que, como no está en ningún papel, me es imposible de recordar. Por esos días ya era un intento de individuo, llorón, melindroso y súmamente libidinoso. Conocí la pornografía gracias a una caleta de penthouse que existía en cierto lugar de mi casa. Y conocí, más o menos al mismo tiempo, a la que sería la musa de mi adolescencia. Musa de no sé qué, porque no produje nada, aparte de falsas expectativas.
Esos eran dos mundos absolutamente separados en ese momento, de alguna forma intuía una relación maravillosa entre ambos, pero, para mí, era imposible relacionar directamente a esta mujer que adoraba, con las otras mujeres, las impresas, las que ofrecían senos exuberantes y vaginas siempre listas para conducirlas a un orgasmo entre cómico y teatral con expresiones un tanto grotescas de deseo.
Sobra decir(o tal vez no, pero ya que estoy tratando de ser coherente les pido me permitan seguir usando muletillas)que nunca logré absolutamente nada con esta mujer, solo adorarla de una forma más o menos obvia durante 4 años.
Este fue mi primer gran fracaso, o el primer eslabón visible de lo que desencadenaría (si notan el jueguito? eslabón, desencadenar, yo no lo noté hasta dentro de tres párrafos) en este último fracaso que en este segundo (con segundo aquí me refiero a instante y ya entendí que es un error semántico pero lo voy a dejar) me parte el pneuma. El segundo llegó con una sonrisa torcida y unos ojo grandes y verdes que todavía me hipnotizan un poquito.
Esta mujer lo era por poco en edad, adelantada a los años que se cargaba encima, parecía llevarnos una eternidad a todos nosotros, que en general la superábamos por más de 3 años. He de confesar que no la noté yo, fue un descubrimiento de un gran amigo. Así que, si el primer fracaso giró entorno a cómo no entender la relación que existe entre adorar a alguien y querer follárselo (y aquí me entran unas ganas terribles de plagiar al admirador de una amiga), este segundo se basó en lo terrible que es desear a la mujer del prójimo, tratando de ser leal en el intento. Y así pasaron otros dos años que merecerían kilómetros de papel, pero como la pereza me puede voy a tratar de resumirlos a un par de párrafos.
La cosa se desarrolló de esa manera bonita que tienen los inevitables, algo así como cuando se enredan mil veces las luces viejas de navidad. Primero pensaba que mi amigo era un poco pedófilo, pero fue gracias a su empecinamiento en demostrarnos lo contrario que la gracia de esta MUJER empezó a hacerse evidente. De ahí una empatía evidente nos hizo amigos, muy amigos. Ella coqueteaba con la naturalidad de las mujeres que se saben más que bonitas, (yo creo que esa frase me la robé de alguien más... pero bueno, esperemos que no pase el ACTA)y uno trataba de mentirse a sí mismo.
Sucedió lo inevitable, y tranquilos que lo inevitable no incluye ni adulterios ni duelos, era por ese entonces muy inepto como para competir por una mujer, y además nunca hice nada para lograr algo por el estilo. Lo inevitable fue que me enamoré, de un amor que todavía tengo, ya viejo y tranquilo pero ahí está (piense en un perro de caza de los que tienen más años que el mosquetòn victoriano y el dueño juntos, echado en un rincón de la casa, con esos ojos que no se abren ni se cierran y que parecen tener una conjuntivitis melancólica y me va a entender cómo se me volvió de viejo ese enamoramiento). Haberme enamorado me costó lágrimas varias y una extraña seguridad en el que iba a morir virgen. Dada mi inexperiencia nunca entendí que serle leal a un amigo no es esperar como un chulo a que la mujer que uno adora (y es que yo adoro y tal vez ese, precisamente ese, es el error) lo bote como a un perro para caerle, y fue precisamente eso lo que hice, afortunadamente me rechazaron sin mucho trámite.
Hago un paréntesis (otro) y lo anuncio para no ponerlo entre (), entre la primera y la segunda chica del relato, hubo una más, el mérito de esta que me salté fue darme mi primer beso. A esta, sin quererla mucho y más por culiprontez que por romance, la seguí hasta la costa atlántica, teniendo un accidente de esos épicos por el camino, me reventé con ganas contra una tracto-mula, y guardo aún souvenirs, como una cicatriz entre el labio y la nariz que mi mal llamado bigote resalta mucho más de lo que disimula. Esta mujer supo sabiamente ignorarme a mi llegada a las lejanas tierras costeras, y así medio desbaratado y adolorido me dí a la tarea de cerrar el paréntesis, cosa que logré con relativa celeridad.
Aparece entonces mi primer gran amor, uno que va a merecer otro post porque ahora estoy cansado y me duele la espalda. No por mucho escribir, más bien por mucho procrastinar.
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