viernes, 2 de diciembre de 2011

La identidad

Es probable que la cuestión de la identidad competa a muchas disciplinas antes que a la arquitectura, sin embargo casi todas mis reflexiones  sobre el tema están vinculadas a ella. No es raro entonces que empiece este escrito recordando lo que alguna vez le oí en clase a Silvia Arango. No la cito literalmente porque no recuerdo sus palabras exactas, no estoy muy seguro siquiera de haberlas entendido bien; en todo caso el punto principal era negar la existencia de "la identidad latinoamericana". La identidad de un pueblo, o un grupo humano en general era, según ella, una falacia.
Querría comenzar este "análisis" apoyándome en una de las definiciones de identidad que da la R.A.E.: "Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás". Voy a suponer, ya que quiero hablarles de la identidad de un grupo humano, que los rasgos propios de una colectividad son comunes a todos los individuos que la conforman.
Aquí aparece (si somos estrictos) un primer problema. La identidad definida así implica hacer afirmaciones del tipo "todos los x son y" siendo "x· un individuo perteneciente a una comunidad y "y" una característica asociada a ella. Estas afirmaciones son estúpidas y peligrosas. Fichte declara que ser alemán y tener carácter es equivalente, por ser de Fichte, esta afirmación no es menos estúpida que otras tipo "todos los colombianos trafican droga" o "todos los porteños son arrogantes".
La identidad bajo estos parámetros implicaría el uso (al referirse a los miembros de una comunidad) de muchas afirmaciones de este tipo, así pues es mejor considerar que no existe.
Se puede recurrir entonces a una relativización (por estadísticas) de la definición. Sería algo como afirmar que la identidad es el conjunto de características propias de un porcentaje importante de individuos pertenecientes a una comunidad. Pero no, eso sería sumamente problemático. Ser uribista sería una característica propia del colombiano, de hecho cualquier resultado en unas elecciones nos daría una característica más para sumar a la lista del repertorio de la identidad.
Empiezo a creer que la identidad es la suma de los estereotipos que guarda el imaginario colectivo de una comunidad sobre sí misma, alimentada por la imagen, igualmente estereotipada, que tienen otros entes externos.
Buscar nuestra identidad sería tender a identificarnos con una serie de estereotipos. Si alguien tuviera el poder de definir ese repertorio de lugares comunes, tendría una poderosa herramienta de control.
En una ocasión (para un trabajo en esa misma clase con S. Arango de la que ya hablé) traté de definir algunas características generales de la identidad latinoamericana desde el análisis de sus íconos, específicamente sus íconos arquitectónicos, y en especial basado en los trabajos de Luis Barragan, Rogelio Salmona y Eladio Dieste.
La tésis del escrito (más intuitiva que bien fundamentada) era más o menos la siguiente:
la identidad latinoamericana no puede ser un repertorio de vagos lugares comunes; necesariamente existe algo menos accidental, una característica intrínseca a su idiosincrasia. Este "algo" puede encontrarse en la forma en la que el individuo se relaciona con su contexto, es una característica que determina su forma de ver la vida en general, determina su cosmovisión. Esta relación está mediada, en el caso del individuo latinoamericano (es claro que es una generalización) por la emoción.
Me basé en la obra de los tres mencionados por ser éstos los grandes íconos del movimiento moderno en latinoamérica. Dado que este movimiento es característicamente racional, tecnófilo y conceptual, demostrar que el móvil de su arquitectura en sus mayores exponentes latinoamericanos era emocional, podía constituirse como un argumento de peso para la tesis principal.
Mediante comparaciones con la obra y metodología de diseño de algunos de los más reconocidos maestros del movimiento moderno (Le Corbusier, F. Lloyd Wright, Gropius, Mies Van Der Rohe) logré probar el punto. Sin embargo el texto era falaz. No era verdad que pudiera asumirse que la identidad latinoamericana estuviera relacionada con eso, tampoco era verdad que la cosmovisión latinoamericana estuviera regida por un componente emocional y en caso de que así fuera,  no era necesariamente distintivo, no la hacía diferir de otras cosmovisiones más que formalmente.
Eso me hizo concluir (más recientemente) que la identidad es ilusoria. Parte fundamental de una ilusión es creer que hay algo que en realidad no está. La ilusión de identidad está dada por un contexto histórico y geográfico que afecta más o menos con las mismas variables a un grupo poblacional. Eso genera en cada individuo perteneciente a dicho grupo diversas reacciones, relaciones y características que, aunque únicas, no difieren en mucho de las de otro individuo bajo el mismo contexto. Entre más reducido y específico sea el contexto mayor será la ilusión de identidad.
A la pregunta ¿cómo es un colombiano? responderemos con esa tradicional lista de lugares comunes que hemos oído hace años sin mucha convicción. A ¿cómo es un paisa? responderemos con otra larga lista de estereotipos, pero un poco más seguros de que describimos una "verdadera" idiosincrasia. A ¿cómo son las jóvenes bogotanas de estratos altos? responderemos con otra lista igualmente estereotipada y sin fundamento, pero mucho más seguros de estar describiendo una verdadera forma de ser de ese grupo, asumiendo tal vez que existen excepciones que de todas formas "confirman la regla".
Todo este monólogo sobre la identidad tiene un fin un poco más práctico. Me gustaría "demostrar" que la búsqueda de la identidad es inútil, homogeneizante y peligrosa, sobre todo, quiero explicar porqué cuando esta búsqueda es una política de estado, me produce un miedo inmenso. Cuando esto sucede hablamos más de una imposición de modelos de ciudadano que de una búsqueda. Se define un perfil y se impone, se mezcla con estereotipos tradicionales positivos y tenemos la receta para lo que debe ser un miembro de ese estado, receta que además aprueba la opinión pública (ud. y yo y sus papás y su jefe). "El colombiano es echao pa'lante, trabajador, alegre, fiestero, amable, es católico y odia a las farc".
Es normal que una prioridad estatal en un país como el nuestro sea atraer el turismo y la inversión. Es normal también que con ese fín se hagan campañas publicitarias llenas de esos lugares comunes que hablan sobre lo maravilloso que son el país y su gente (abundan esos lugares comunes). Hasta aquí "Colombia es pasión" no es más que una de esas campañas, y no encarna nada particularmente negativo.
Sin embargo, en contexto, "Colombia es pasión" fue el modelo de país y de ciudadano que propuso el gobierno Uribe. Recuerdo pocas épocas más sesgadas y maniqueas en la historia de Colombia que me ha tocado vivir. Cada estereotipo cargaba escondido (o no tanto) una regla moral.
Tener ideas contrarias a las políticas gubernamentales y su militarismo, no creer en la incuestionabilidad del presidente o en la maldad manifiesta de Chavez, suponer que fumigar a bala a todos y cada uno de los guerrilleros podía presentar uno que otro cuestionamiento ético, no derivar todos los problemas del país de la existencia de las Farc, no querer participar en la marcha del 8 de Febrero, no celebrar eufóricamente los triunfos de deportistas, artistas o científicos en el exterior, y detestar profundamente la publicidad de colombiana (la nuestra), podía significar ser un apátrida izquierdoso, un mal colombiano (siempre me molestó más lo de izquierdoso que lo de apátrida). Algo muy similar a las asociaciones hechas por los curas godos desde los púlpitos durante la violencia partidista, donde masón, hereje y  liberal eran una misma cosa.
Por otro lado reconocer ciertas bondades en algunas iniciativas estatales, opinar que la marcha del 6 de Marzo tenía los mismos vicios que su antecesora (una simetría asquerosa), desconfiar del polo democrático y detestar al senador Robledo, insinuar que la lucha paramilitar a estas alturas no estaba mucho más desvirtuada que la lucha guerrillera, aborrecer los movimientos estudiantiles nacidos desde la universidad pública (salvo el último que no ocurría aún y que es otra historia) y otras opiniones por el estilo hacían de uno un católico de ultraderecha. Cuando existe un modelo de ciudadano tan completo y excluyente, la oposición (y en especial cuando la oposición se dedica a contradecir, muchas veces sin argumentos, cualquier propuesta, política o medida que venga del estado) construye su propio modelo.
Generalizo, es verdad, pero me vi varias veces catalogado bajo alguna de estas etiquetas tras alguna intrascendente discusión.
En todo caso la simetría era ingenua y detestable, Colombia era (¿es?) en efecto "pasión", y eso era aberrante.



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