Siempre que contemplaba descuidadamente su suicidio se imaginaba un salto al vacío. La primera imagen que aparecía era la del suelo acercándose y ya estando muy cerca todo desvaneciéndose a negro. Nunca terminaba la caída, no había golpe, nada de sangre, nada de dolor; un salto que lo seducía. La perspectiva cónica desde arriba es bella, en general. Un punto de fuga perdido allá en las entrañas del infierno, en el centro de la tierra. Es extraño que siempre se lo hubiera imaginado mirando hacia abajo, perpendicular a la tierra, lo que supondría una torsión más bien incómoda del cuello, cayera de cabeza o de pié; o caer como una especie de paracaidista, con el cuerpo horizontal, una posición a todas luces indigna para ser la última. No importaba, era una imagen bella, casi feliz.
Siempre que pensaba descuidadamente en la muerte pensaba en el infierno. Su infierno era burocrático, el imperio de la burocracia, millones y millones de impertinencias intrascendentes que se oponían tenazmente a la realización de algo en lo que se encontraba la redención. No importaba que en el fondo de su ser fuera profunda y tristemente ateo (no le gustaba ser ateo), tampoco importaba que no se considerara un mal tipo, siempre que pensaba en la muerte se imaginaba el infierno. Sin embargo, todos sus infiernos burocráticos eran cuentos bellos, nunca escritos.
Siempre que contemplaba descuidadamente su muerte se imaginaba su funeral. No tenía una idea tan clara de cómo sería, con el tiempo iba haciéndose cada vez menos concurrido, es decir, de imaginar funerales multitudinarios que sumían al mundo en duelo tranquilo pero devastador pasó a ceremonias más bien pequeñas en las que prefería no ver a su madre y a las que llenaba de exnovias. Seguían siendo tranquilos, pero ya no devastadores. La gente seguiría con su vida y él sería un buen recuerdo y algunos llantos de personas que acababan de reír.
Siempre que imaginaba descuidadamente el apocalipsis se veía a sí mismo sobre una colina observando un horizonte donde pasaban cosas rojas. Luego veía algunas imágenes desde el espacio que pretendían ilustrar el fenómeno que producía esas cosas rojas, bombas o meteoritos, vientos de fuego arrasador, iba a ser un espectáculo precioso, pero tenía que explicárselo, ser un testigo en la tierra no era suficiente. No importaba que de llegar a ser ciertas las visiones no tendría el privilegio de ser un testigo divino por fuera del planeta, viéndolo explotar en llamaradas rojas y atmósferas que se disolvían en el negro del espacio.
Esto de quedar atrapado en un ascensor que caería pronto en el fondo de un foso en llamas mientras afuera el mundo en efecto se acababa, pero lentamente de gripa y calor, era una tragedia.
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